LEY DE IMPUTABILIDAD: POR QUÉ NO SE HABLA DE LAS COSAS QUE NO SE HABLAN EN ARGENTINA Y A QUIÉN LE CONVIENE

Por Adrián Moreno*

Probablemente, ahora que la tecnología se apoderó de nuestros días, incluida la inteligencia artificial (IA), el motivo por el que no hablamos de lo que debemos y nos vamos en palabras que no nos proporcionan nada y nos distancias cada vez más, lo podamos atribuir a esos efectos poco naturales, porque de lo contrario, no se explica por qué no identificamos lo negro de lo blanco o el árbol del bosque, para hablar de temas que en apariencia son esenciales.

Sin embargo, esa supuesta esencialidad, nos embarca en metejones que se cierran con candados impenetrables y nos impiden encontrar complementos, para envolvernos en diferencias que nos contraponen, sin que encontremos el ideal de construir nuestra sociedad o más bien, de construirnos.

En estos días se ha puesto en escena y de modo recurrente, el debate sobre la posibilidad de bajar la edad de imputabilidad. Recurrente, porque van años en los que se discuten razones y consecuencias, pero de forma coyuntural, sin ir al hueso -podríamos decir- motivo por el que pasa el tiempo; la cosa no se resuelve y las victimas siguen siendo víctimas.

«Un pibe de catorce años, tiene un arma y te mata sin miramientos…», es uno de los argumentos, entre tantos y por poner uno en extremo. «Como mínimo te roba…», opina otro y si se pudiera decir: en el mejor de los casos.

La pérdida de una vida y en forma violenta; cuando alguien muere sin razón, entra en juego con una naturaleza poco manejable, para la que existe a la vez un contexto social que moviliza sin parámetros. El pedido de justicia; las razones que no admiten justificativos, respecto de la edad del atacante o asesino y una <espectacularización> en las pantallas, que mayormente presenta más conflictos que soluciones.

Personas que se prestan a un show, para el que encontramos infinidades de declaraciones; mandatos sociales -buenos, malos, pero mandatos-; teorías cargadas de ideologías, que escuchamos desde hace tiempo pero que nunca lograron materializarse para revertir un estado de situación que cala profundo y que, la dirigencia suele ver desde un apartado, sin que sepamos cuál, ajena a lo que verdaderamente sucede.

A partir de ello, una catarata de justificativos que nos dicen lo que no pudimos; lo que no podemos; lo que no sabemos o lo que no queremos…

«Los centros de detención para jóvenes y adolescentes, no son espacios de rehabilitación. Los propios internos han constituido culturas o subculturas mediante conductas delictivas…«. Los supuestos expertos dicen que el sistema, «desde el vamos está corrompido». Después, todo lo demás: «allí no estudian; no adquieren la vocación por el trabajo; en algunos casos viven hacinados o en todos; sin coberturas esenciales…«.

Los adolescentes, no, qué digo; los niños, ya están en contacto con la droga desde la escuela primaria. Para ello, también hay que destacar que somos geniales, no habremos inventado el nombre, pero los «soldaditos«, que tanto mencionamos, solo por dar un ejemplo, da entidad a una especie de institucionalización que sí… llevamos a los ámbitos de discusión; ponemos en la mesa, pero de resolver poco o nada.

Para otros, «el problema es de la familia». Porque es el primer espacio donde las personan pueden desarrollarse, en particular niños y adolescentes, dicen algunos que saben o los mismos de siempre. Pero la familia se está destruyendo y cada vez más. Lo mismo que la escuela, «escenario por excelencia en una sociedad institucionalizada, es decir: una sociedad con Estado, para aprender a socializar, intercambiar; adquirir conocimientos y crecer personal y colectivamente en libertad...». Sí, pero… La mitad de los pibes van a las escuelas a comer y no a estudiar. Y conste que lo dicen los datos oficiales.

Hablando del Estado, surgen rápidamente otros mandatos. Que «si tiene que estar presente; debe instrumentar; tiene que propiciar; debe administrar los medios; tiene que…»unas cuantas más que conocemos y casi de memoria. Cada vez oímos esas expresiones, no sabemos si estamos en el presente o hace cinco; diez; quince años o más. Escuchando a quienes dicen siempre lo mismo o más o menos. O quizás no son los mismos, pero también, más o menos. No obstante, como se decía antes: «el pescado está sin vender».   

Entonces, es allí cuando, intentando salir de frases hechas; del Estado omnipresente o peor, omnipotente (que no es ni uno ni otro); de las teorías de cambio de realidades, de las conspirativas; de las que nunca llegan a entenderse y otras tantas. que podemos decir: simple y sencillo; sin master académico ni paper científico: los pibes se nos mueren; matan. Se matan.

Están a la deriva y no hacemos un puto carajo, más que institucionalizar el abandono, porque, cuando se admite mes a mes y año a año que hay niños que se van a dormir con hambre; adolescentes que se matan con el paco u otras adicciones; que el delito infantil crece, entre otros, estamos institucionalizando un déficit con el que no sabemos que hacer, escondidos en esos datos oficiales.

Lo llamativo es que hay quienes no quieren mostrar los datos oficiales, desde la oficialidad y, por otro lado, quienes dicen que por lo menos tenemos datos, lo que suena a una vergüenza extrema, en cualquiera de los casos. Pelotudeces, habría que decir. Porque de hacer -insistimos- poco y nada. De resultados, ni hablar y de ocultar datos, bueno, merecería la mayor pena por traicionar al futuro de la patria.

Sin embargo, intentado salir de apreciaciones animadas, quizás, no sea que, como suele suceder, se nos acuse de ignorantes que hablamos sin «autoridad», hay algunas preguntas que en todos estos años -podríamos tomar los 40 de recuperación de la democracia- nadie se hizo. Es decir: nadie de los que se la deben hacer.

Porque, si el problema es la educación, por qué no resolvemos la educación. Si el problema son los centros de detención, por qué no resolvemos los centros de detención. Si el problema es la familia, por que no se trabaja para su resguardo, en vez de dejarla al abandono también y en algunos casos, incentivar su destrucción.

Si el problema es la justicia, por que no resolvemos la justicia. Si el problema son las normas, por qué no resolvemos las normas. Si el problema es la policía, por qué no resolvemos la policía.

La propia lógica de nuestras excusas, le dice a los jóvenes y adolescentes, que no tienen futuro. Si fueran esos cuarenta años desde la recuperación de la democracia, son cuarenta años sin respuestas. De fracasos; de inconsistencias; de incapacidades y de muchos discursos, pero pocas preguntas y ninguna respuesta.

Por eso, podría ser oportuno, más que discutir lo que hemos discutido durante los últimos cuarenta años, sin éxito, comenzar a hacernos preguntas y en todo caso, también preguntarnos y fundamentalmente, a quién le conviene que no encontremos respuestas.

*Adrián Moreno: periodista. Autor de los libros Sin justicia y Dañar informando