Desde la cordillera hasta el mar para ver a Los Pumas

Un grupo de adolescentes y jóvenes de El Bolsón vende empanadas en la calle para costearse el viaje hasta Buenos Aires para alentar al seleccionado argentino en su próximo desafío por la «Rugby Championship», frente a Sudáfrica, en Independiente de Avellaneda.

Sin dudas, el Rugby es un deporte de gran esfuerzo y sacrificio. Un esfuerzo que no tendría sentido si no se lo compartiera, si no fuera parte de objetivos, metas o deseos colectivos. Y afortunadamente, esos esfuerzos, cada vez más, trascienden la cancha (campo de juego), para contribuir a que jóvenes y adolescentes y por qué no adultos, se formen en esos valores que, aunque no exclusivos del Rugby son parte de su identidad y cultura, si pudiéramos llamarlo así.

Por eso, así como es parte del juego sentir el apoyo de los compañeros, el acompañamiento para empujar o saltar, también es bueno el abrazo y la palmada en la vida. Y en particular a los adolescentes, quienes, por esas cosas de nuestra naturaleza, todo lo bueno que les pueda pasar -como también lo malo- será una marca para siempre.

Esto, viene a cuenta de valorar el esfuerzo de 31 chicos (adolescentes y jóvenes) de categorías menores de 16 y 19 años, pertenecientes a Jabalíes Rugby Club, de la ciudad de El Bolsón, que salieron a vender empanadas a la plaza de la ciudad y en las puertas de las escuelas, entre otras actividades, con el fin de viajar a Buenos Aires para a ver a Los Pumas, que se medirán contra la selección de Sudáfrica el próximo sábado.

Un hecho insignificante para muchos, si no se contara que El Bolsón está a 1700 kilómetros de Buenos Aires; que durante los cuatro días que estarán allí dormirán el piso; que llevan arroz para comer (porque no alcanza para más) y que cuentan lo que comerán en los “terceros tiempos” -después de cada partido que jugarán con clubes de Buenos Aires, como parte de las dietas diarias, porque de “verdad” no hay para más.

Sin embargo, tanto el ímpetu juvenil como el sueño de ver a sus ídolos y la posibilidad de alentarlos contra los potentes Springboks, no contempla penas, dolores o más de 40 horas de micro ida y vuelta. Y a ese ímpetu -por supuesto- se debe agregar el acompañamiento de madres, padres, entrenadores o colaboradores del club, quienes han entendido que lo maravilloso del Rugby se vive dentro y fuera de la cancha y que lo mejor que se puede dejar, es la enseñanza de que no hay nada imposible, si se lo proponen y mucho menos, cuando el esfuerzo es colectivo.

Por eso, vale la pena hacer este relato, porque como sucede con muchas cosas buenas, lamentablemente, no son noticias y mucho más lamentable, cuando esas noticias hacen referencia a los jóvenes.

Hoy, podemos decir que hay 31 pibes más, que aprendieron que el esfuerzo vale, que el sacrificio debe ser disciplina y no por masoquistas sino porque se convierte en felicidad y placer y esos 31, ojalá que todos, pero si no, la gran mayoría, en cualquier momento se convertirán en pilares para contagiar a otros 31 o quizás más, porque el esfuerzo vale y por eso, merecen ser aplaudidos.